domingo, 31 de agosto de 2008

La mujer sin cabeza




Fabián, 31 de Agosto de 2008.
Veo “La mujer sin cabeza” de Lucrecia Martel.
Verónica (María Onetto), luego del “accidente”, me recuerda al Capitán del Titanic después del repentino choque con el témpano.

Retomo algunas ideas volcadas con respecto a “Titanic” en otro Blog:

“El Titanic es el barco más grande del mundo. Su velocidad, su lujo ostentoso y su tecnología son el asombro y el orgullo de la humanidad. Una demostración de lo que puede lograrse cuando la creatividad se asocia con el potencial económico. Dispone, vaya paradoja, de un pequeño timón, lo cual no permitiría, en caso de necesidad, rectificar prontamente el rumbo. Nadie ha previsto una catástrofe. No parece posible. El hombre, merced a la luz artificial del progreso, ha olvidado su finitud y vulnerabilidad y ha olvidado también sus últimos vestigios de humanidad (peor aún, en el caso de los botes salvavidas, los ha negociado). No lleva el número necesario de ellos (en términos de metáfora ha dejado de lado la sabiduría, la espiritualidad, la fe que puede significar su tabla de salvación en momentos de una crisis terminal) porque quita espacio, no parece necesario, porque el barco se presume imposible de hundir.
Pero allí está el témpano. Y ya no queda tiempo para frenar, no hay forma de dar marcha atrás, no hay posibilidades de virar. En ese supremo instante el hombre toma conciencia que no es más que “cenizas y polvo” y para colmo de males, convertido en un autómata sin reflejos, no dispone de los medios para su propia salvación. El caos y el terror (las tinieblas, el agua helada -lo amorfo, la serpiente, el dragón de la mitología-) hacen trizas su frágil cosmos (el barco).
El capitán, quién debiera conducir, no tiene respuestas. Algo que no pertenece a su mundo, a su esquema positivista, se ha interpuesto entre su barco y Nueva York. El rostro de este hombre, en su perplejidad, revela la profundidad de su conmoción interna, la toma de conciencia de ser nada más que una simple criatura frente a la omnipotencia de lo numinoso”.


Ambas películas me llevan al filósofo Rudolf Otto (1869-1938) y a su libro sobre Lo Santo (Das Heilige, 1917).
Extraigo algunas consideraciones, acerca del pensamiento de Otto, del libro “La filosofía del siglo XX” de Juan Carlos Torchia Estrada:

El punto de partida de la teología de Otto es el análisis del sujeto religioso. La fuente del conocimiento teológico es el análisis de la vivencia religiosa. Pero esta reflexión se encamina a determinar el objeto de la religión, lo santo, que Otto denomina también lo numinoso.
No hay que creer, sin embargo, que de este objeto pueda tenerse un definido saber teórico; al contrario, se capta únicamente por medio de vivencias emocionales, es irracional, y todo lo que puede saberse de él es por la repercusión que provoca en el ánimo del que lo experimenta.
El enfrentamiento con lo numinoso es una conmoción religiosa particular, que origina el “sentimiento de ser criatura” (Kreaturgefühl). Este sentimiento no consiste sólo en sentirse creado y dependiente, sino en una conciencia de la propia nada frente a la omnipotencia de lo numinoso, frente a lo que Otto denomina su majestas.
Lo numinoso se presenta al sentimiento como un tremendum, como algo terrible e inmensamente elevado, que estremece y hace enmudecer; pero el miedo que provoca es sobrenatural y completamente distinto de nuestros naturales sentimientos de temor. Más bien se parece al pánico demoníaco de los primitivos. En parte esto ocurre por su carácter misterioso, oculto, incomprensible: es lo “totalmente-otro” (Ganzandere), y no puede provocar sino estupor. Pero además de un mysterium tremendum, es un mysterium fascinosum, es decir, algo que atrae y fascina, que estimula el deseo de unión y arrebata hasta el éxtasis…Tremenda es también la cólera de Dios, que la Iglesia racionaliza, explicando que nuestra extrañeza ante ello resulta de no comprender bien los designios divinos.

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