Para continuar con esta revisión acerca de la obra de Weir sobre como trabaja el tema de la alegoría de la caverna planteada por Platón me gustaría acercar el film El año que vivimos en Peligro (1982). Allí, Mel Gibson encarna a un cronista de guerra que va a cubrir una posible revuelta civil en la isla de Java a mediados de la década del ‘60. Sin embargo al llegar a la ínsula se da cuenta que no encuentra la noticia que busca y éste hecho le hace correr el riesgo de sumarse a la superficialidad en la que están inmersos sus colegas de occidente. Estos hombres sólo comunican noticias sobre lo estrictamente político negándose a centrarse en los verdaderos problemas sociales del conflicto. Todos ellos se encuentran en la famosa caverna por elección, conocen los problemas del pueblo pero se niegan a reportarlos porque según sus propias palabras: “al mundo no le interesan esas noticias”. Sólo ven la sombra de una ciudad devastada por el hambre y la miseria que ésta genera. Temen salir de sus lujosos hoteles con aire acondicionado y de las embajadas con rejas y soldados que los protegen. Pero el giro interesante que propone el director se da con la aparición de un nativo llamado Billy, magníficamente interpretado por Linda Hunt, que le abrirá los ojos al recién llegado Guy Hamilton (Mel Gibson). Construido como un alter ego del director, Billy a través de su profesión de fotógrafo le mostrará, con su trabajo, a Hamilton, lo que los otros se niegan a ver. Lo iniciará enseñándole fotografías con los rostros hambrientos de los hombres y niños de su pueblo, le abrirá el corazón haciéndole descubrir el amor, pero lo más importante es que se sacrificará para que todo lo anterior no quede en simples editoriales melodramáticas. Una vez que el periodista comprende estos hechos, la verdad se vuelve una luz cegadora que metafóricamente se trasluce en las vendas que lleva por la pérdida de la visión de uno de sus ojos provocada por el culatazo de un rifle militar. Gibson, al igual que nosotros ha salido de la oscura cueva, ha roto las cadenas y debe convivir con el precio que conlleva el conocimiento.
Finalmente nos quedan las sombras chinescas con las que abre la cinta. Títeres que representan al bien y al mal y que según la proyección de sus sombras nos hacen ver algo que poco tiene que ver con la realidad. Enceguecido por el circo del dictador, el pueblo no veía el hambre provocado por el gobierno.
Parafraseando a Fabián en su post anterior es posible que Weir proponga el nacimiento de un hombre verdadero pero la pregunta que el director deja abierta es: ¿Cómo será esa nueva persona?
1 comentarios:
Alla hu akhbar!!!
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